Memoria de Mocambo

Despu?s de que Leopoldo hubo descubierto el mundo para Esteban con su frase favorita, la lentitud de las horas se hizo perceptible, inclusive clara. Jacinto Ponce no sab?a qu? hacer. El trabajo estaba terminado: todo en su lugar, como una emoci?n a?eja o una mirada de masiado conocida. Pero la presencia de Jacinto Ponce alteraba el hilo de mis pensamientos y desorganizaba el ritmo de los pensamientos de Leopoldo y Esteban. Era como descubrir la astilla de un sonido infame a la mitad de una canci?n; un tosido, un cosquilleo. Hasta que su amo se percat? de su inmovilidad, Jacinto Ponce sostuvo su mirada turbia sobre la cama, aparentando indiferen cia, obviamente tratando de pasar inadvertido para que Esteban no dijera que pod?a esperarlo en otro sitio, que ?l lo llamar?a. Esteban orden? que fuera a conocer su cuarto y Jacinto Ponce sali? en silencio, con la hostili dad contenida de quien se ve interrumpido a la mitad de un acto que le interesa llevar hasta el final. No le gustaba la aparici?n de dos amigos que llegaban para alterar la intimidad conseguida con Esteban a trav?s de muchos a?os de servicio. Antes de salir, me traspas? con la mirada. Ahora su agresi?n era un rechinido que se perd?a en la puerta. Esteban hab?a vuelto su silla de ruedas hacia la cama y se dispon?a a romper el silencio. Leopoldo segu?a sentado cerca de m?. ?No hace ni pizca de calor. ?Est?n seguros de que ?sta es la costa? La cabeza de Leopoldo gir? hacia donde yo estaba y jugu? con el cubrecama. Hab?a hilos de diferentes colo res; los tejidos formaban un enjambre de l?neas y rec t?ngulos, algo as? como el mapa de una ciudad peque?a: calles rectas y callejuelas oblicuas, parques y avenidas, l?neas equidistantes, superficies cortadas. Regularidad y caos a un tiempo. ??Tienes algo qu? decir? ?me pregunt? Leopoldo?. A ti te gusta Mocambo, ?no es cierto? ?Est? precioso. En Serio ?dijo Esteban por m?, an tes de que yo alcanzara a mirar los ojos de Leopoldo para saber la raz?n de su pregunta. ?Eso s?. Est? muy bien. Yo s?lo conoc?a Acapulco ?pero otra vez su tono no revelaba seriedad ni iron?a: